miércoles, 8 de abril de 2009

La PochoCola


Siempre me gustó la Coca Cola, mas aun cuando era chica, creo que porque en casa la Coca tenía la entrada prohibida. Mi madre siempre pensó que esta no era una bebida, sino un brebaje demoníaco que arruinaba los dientes, el estómago y las mentes infantiles; producía adicción además, teníamos que tomar y tomar hasta ver el fondo de la botella, no podía guardarse “para después”, “para mas tarde”; si había Coca se tomaba toda de un saque, y nos peleábamos como leones furiosos por un sorbo mas o menos “ El tomó mas!” “Salí nena, dame la botella!”!
El único que respaldaba nuestro vicio era papá, que nos dejaba tomar toda la Coca Cola que nos diera la gana durante el mes que pasábamos con el; pero claro, a papá lo veíamos una vez por año, no nos alcanzaba. Cuando volvíamos de su casa era un suplicio volver a tomar ese jugo concentrado espantoso que compraba mamá. Seguramente y a juzgar por la apariencia mugrosa de Pocho, el sodero que lo fabricaba, ese jugo en bidón de color naranja furioso, con sabor a “andá a saber que y pretensiones de gusto a naranja”, era 20 veces mas insalubre, infecto y nocivo que el elixir prohibido.
No entiendo como mi madre, por lo general bastante remilgada, permitía que tomáramos esa pócima coloreada, que de casualidad no hizo que nuestros estómagos se secaran y se cayeran . Lo que no te mata te fortalece dicen, doy fe.
Para colmo de males, en un rapto de inspiración a Pocho se le ocurrió fabricar una bebida para diluir con sabor a cola. A mi progenitora le pareció una genialidad y compró cuatro bidones de esa cosa intomable, que quedaron intactos después de que Pablo la probó y la escupió sobre el mantel con cara de asco. Después de eso ninguno de los otros quiso arriesgarse con la Pochocola.

Recuerdo esa pascua de principios de marzo, soleada y calurosa. Estábamos atrás, a la hora de la siesta, en la pequeña pileta de lona remojándonos, sin mucho entusiasmo.
“Ojalá la pileta fuera mas honda, para poder tirarse de bomba” – dijo Pablo
“Mirá si el agua fuera Coca Cola, me tomaría toda la pileta con una pajita!” – dijo Leo – “Che ... y si hacemos Coca acá adentro?”
Nos pareció una idea absolutamente brillante. Buscamos los cuatro bidones de cola para diluir que habían quedado llenos y los volcamos completos dentro del agua sucia de la pileta.
“Dale probalo” - me dijeron los dos sátrapas al unísono
“No, ni loca, porque no lo probás vos, ... o vos?” - contesté retrocediendo – “ O llamalo a Javi, el lo va a probar”
Javi estaba adentro mirando los dibujitos, pero llegó corriendo cuando escuchó que lo llamábamos a coro, justo a el , al que siempre estábamos intentando sacar del medio para que no molestara.
“Querés Coca Javi?”- preguntamos mirándolo expectantes
Los ojos de Javier se abrieron como platos: “Es Coca????” – preguntó extasiado.
“Siiiiii, acá tenés un vaso, tomá dale” – alentamos eufóricos.
Javi llenó el primer vaso y tomó. “Esta buena?” – preguntó Leo. Javi no contestaba, seguía tomando. Tan entusiasmados estábamos que no escuchamos la puerta del patio ni los pasos de mi madre.
“Que es esto? Que están haciendo? Que estás tomando por Diooos? - gritó desesperada
“Los chicos hicieron Coca, querés?” – contestó Javi sonriente.
“Escupí, escupí, escupíiiiiiiiiiiiiiiiiiiii !!!!!!” – chilló mamá. Lo llevó al baño y le hizo vomitar todo el líquido, mientras nosotros salíamos disparados a la casa de la abuela que vivía a dos cuadras.
Esa pascua no hubo conejos, ni huevos de chocolate, ni rosca con premio para nadie. Estuvimos un mes castigados. Lo bueno es que tampoco hubo mas jugo de Pocho en casa. Claro, de Coca Cola ni hablar; agua … agua de la canilla para todo el mundo.