lunes, 26 de julio de 2010

La sonrisa de Mara


Tiene poco mas de tres años. Llegó a casa de Silvina y Cali hace seis meses, había pasado ya por casa de dos familias sustitutas y un hogar de tránsito.
No habla ni camina mas de tres pasos sin caerse, no tiene equilibrio. No deja que la toquen, pero no tiene reacciones violentas. Empuja suavemente al que se acerca, aleja la cara si uno quiere besarla. Mara no se ríe, siempre está seria, observando todo con sus ojazos negros. Mara no llora, pero de tanto en tanto y sin motivo aparente, alguna lagrimita surca su mejilla. Dicen que impresiona verla llorar en silencio, uno quisiera escucharla gritando y haciendo un berrinche gigante, ese lloro mudo es demoledor. Mara tiene la piel seca y exuda un olor ácido, acre, un olor que no se va aunque la bañen todos los días, aunque le laven los rulos con doble shampoo, aunque la perfumen.
Neurológicamente está perfecta, no tiene retraso, no es autista, no tiene problemas motrices, no tiene problemas clínicos de importancia.
Cali y Silvina recorren médicos, leen, buscan información, tratan de encontrar una solución al problema de la nueva integrante de esta familia formada además por Carolina, Lucía y Bull (el perro).
Alguien les recomienda que vean al viejo Héctor, ya no ejerce su profesión de psiquiatra - está retirado - pero es uno de los tipos que mas sabe sobre psicología infantil en la ciudad.
El viejo escucha la historia de la nena y la observa con atención. Necesita solo unos minutos para darles el diagnóstico: Miedo. Mara tiene miedo. El olor es el síntoma mas evidente. “Miedo de que?” – preguntan los padres – “Miedo al abandono” - contesta el viejo. “Mara está esperando que la dejen una vez mas, no puede expresarlo en forma verbal, lo hace a través de su actitud distante, de su andar vacilante. Su angustia traspasa la piel y puede olerse. Ese olor es literalmente olor a miedo. Deberán ser muy pacientes con ella, reafirmar hora a hora, minuto a minuto la idea de que uds son sus padres y han llegado a su vida para quedarse. Mara debe tener la seguridad de que ahora tiene una familia que la quiere y la cuida. El miedo se irá yendo de a poco” – sentencia el viejo.

Pasa el tiempo, los progresos son pequeños pero todos siguen poniendo su mejor esfuerzo.
Un día viernes suena el teléfono en el juzgado donde trabaja Cali. Es Silvina que le pide que vaya a la casa urgente, la nena está jugando en el patio con Bull … y se ríe, se ríe, se ríe!.
Los compañeros se asustan, quieren saber si ha pasado algo grave. “No pasa nada – dice Cali mientras se pone el saco – “me voy a ver como es la sonrisa de mi hija” – y sale corriendo.
La mayoría de los que alli presencian la escena no entienden nada; los pocos que conocemos la historia sonreímos. La sonrisa de Mara viaja en ese instante por el aire, llega hasta nosotros y nos contagia, alivianando por un rato la rutina de ese viernes frío y gris.