lunes, 6 de septiembre de 2010

Las (mil y una) madres ...


Acá hay tanta cosa juntando mugre salvo lo que uno busca me pasé la tarde buscando una aguja no hay una aguja en esta casa! nunca tenés que coser nada vos? para que tenés todas esas macetas vacías en el balcón porqué no comprás un helecho que aquí crecería bien o sino te llevás unos gajitos de malvón de casa? te conté que Mechi me trajo malvón blanco de Misiones no sé si prenderá a vos que te parece? como podés comer ese arroz integral que parece de goma porque no comprás del común? mejor tomá té tanto mate mate mate te va a hacer una úlcera en el estómago estas toallas están percudidas con que las lavás? tenés que echarle un chorrito de lavandina en el último enjuague se te venció la boleta de la luz mirá que tenés ganas de tirar la plata vos porque no la pagaste antes? que ruido hace este calefón tendrías que llamar al gasista que te lo vea debe estar sucio hay que hacerlo limpiar cada tanto hay que ocuparse un poco de la casa por eso no te dura nada a vos …

Los dioses del olimpo y los caños de la cocina de mi señora madre se han complotado en mi contra. De nada sirve lamentarse, igual debo darle asilo por unos días, tampoco voy a dejarla librada a su suerte … soy absurdamente compasiva y humanitaria, maldición.
Trato de poner el cerebro en piloto automático y mientras cuento en swahili hasta cien, me viene a la memoria un cuento de las mil y una noches que leí hace mucho:

Había una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:
- Me estoy fabricando un anillo de diamantes. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total...
Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada. El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. Sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo:
- No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. En cierta ocasión me encontré con un místico, era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje –el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-. Pero no lo leas –le dijo- mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino...
De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso: Simplemente decía “ESTO TAMBIÉN PASARA”.

YEAH!!!