viernes, 1 de mayo de 2009

Sábados literarios de Mercedes: Nieve!!!


En este nuevo sábado literario de Mercedes el tema es libre. Este relato lo había pensado para cuando se habló de "la primera vez"; lo subo ahora y se lo dedico a Ardilla Roja la conductora del bus con el deseo de que pronto esté mejor de sus nanas.


La primera vez que vi la nieve tenía 8 años. Nunca voy a olvidar la impresión que me causó ver la calle cubierta de ese manto blanco desconocido para mi hasta entonces.
Estábamos en casa de mi padre, un pequeño departamento en el centro de la gran ciudad, pasando unos días de vacaciones con el.
Era de madrugada cuando mi hermano mas grande me sacudió –“Despertate che! Vení a ver ! -" Abri los ojos , el se estaba vistiendo:
-“Adonde vas?”- pregunté todavía medio dormida.
-“A la calle a ver la nieve, vení dale”.
Nieve? Me levanté y corrí a la ventana; el paisaje había cambiado absolutamente, ahora todo estaba cubierto de una gruesa capa blanca y las luces de la calle, todavía encendidas, proyectaban sombras extrañas creando un escenario fantástico a mis ojos.
-“Y?? Venís o no??" – preguntó Pablo
-“Y si se despierta papá? Se va a enojar ... "– dudé
-“No se despierta, dale vamos ...!”
Bajamos corriendo, la calle estaba desierta toda para nosotros. Hundimos los pies en la nieve, la tocamos, la probamos; fuimos y vinimos por la vereda arrastrando los pies para dejar nuestra huella ... Caminamos mirando el paisaje blanco, caminamos por la calle oscura cubierta con esa sábana fantasmal, caminamos, caminamos, caminamos … .
Empezó a amanecer, nos habíamos olvidado de la hora y del camino de regreso.
-“Es de día ya, volvamos" – le dije a Pablo
- “Pará nena que no me acuerdo por donde vinimos …”
Intentamos desandar el camino, pero habíamos dado tantas vueltas que no teníamos idea de donde estábamos.
Yo, la reina de los valientes, empecé a llorar. Lloraba llamando a mi papá. Lloraba cada vez mas fuerte y llamaba a toda la familia, a mi mamá, a mi abuela y por las dudas a mi perro que estaban todos a 10.000 km, con la esperanza de que alguno me escuchara supongo.
“- Callaaaate tarada! Trajiste la cartera?”
Por supuesto, la tenía bajo el abrigo , yo era una dama y no iba a ningún lado sin mi cartera nueva con cara de Mickey.
“-Dame acá … tenés plata? Monedas … tenés monedas?"
“-Nooo! Las monedas me las dio papá a mi” – grité dispuesta a defender mi tesoro.
-“Dame las monedas o me voy y te dejo acá …” - amenazó Pablo, y lo decía en serio.
Con las monedas en la mano buscamos un teléfono, que por suerte alli funcionaban, y llamamos a mi padre.
Demás está decir que a papá casi le dio un infarto cuando atendió el teléfono a las 7 de la mañana y escuchó a Pablo del otro lado. Estábamos a 30 cuadras de su casa y fue todo un lío explicarle donde estábamos exactamente porque no conocíamos las calles.

-“ Se puede saber que diablos hacen acá? Están locos, como van a salir sin permiso? Y si les pasa algo que hago yo? – el viejo estaba furioso – “que sea la última vez que hacen algo asi, entendieron?”
Entendimos y nos quedamos tranquilos durante el resto de las vacaciones porque nos habíamos asustado. Pero ya habíamos probado el sabor de la aventura y en las visitas siguientes volveríamos a salir solos mientras el viejo trabajaba y a meternos en problemas muchas veces.
Las huellas de la primera nieve habían marcado un camino sin retorno: el camino de la libertad. Y estábamos ansiosos por recorrerlo.