Dice mi madre que yo era una bebé simpática. Sonreía todo el
tiempo, y si alguien se acercaba y me decía ajó ajó pirikikuki ñuñi ñuñi y
todas esas boludeces que se le dicen a un bebé, yo me reía con pequeñas
carcajadas. Y la gente se asombraba.
Decía mi abuela que antes de tocar el timbre cuando
llegábamos a su casa, ella ya sabía que habíamos llegado porque escuchaba mi
risa resonando en el pasillo "shhhhh callate!!!".
Antes de superar el metro veinte, me retaba la maestra “se
puede saber de que te reís? contá asi nos reimos todos”
Tanto y tanto insistirme, un día hice un paquetito con toda
la risa sonora, le di varias vueltas de cinta scotch, le puse un moñito y lo
guardé durante mucho tiempo en el último estante del placard, allá, bien
arriba.
Porque el afuera te pide seriedad, creen que un gesto adusto
implica inteligencia, responsabilidad, entendimiento, coherencia. La gente te
controla la risa, si te reís mucho sos una tonta, si te reís sola por la calle
porque te acordaste de algo gracioso sos una loca, si ponés muchos jajaces en
los comentarios de los blogs sos una desubicada.
Lo que nadie sabe es que guardé el sonido de la risa, pero
me seguí riendo internamente, sin poder evitarlo. Hasta en las situaciones mas
terribles hay cosas que me hacen gracia. ¿Si me falta un tornillo? Seguramente.
Yo creo que es un último recurso, una defensa. No es que no comprenda ni conozca
la pena, la tristeza, el agobio, la desesperanza, la angustia. Con algunos
dolores somos viejos compañeros de ruta, vienen detrás de mí siempre pisándome
los talones. No puedo deshacerme de ellos pero los obligo a convivir con la
risa que es como un escudo, mi torre de marfil, mi último refugio. Allí me
atrinchero y que me vengan a buscar … .