jueves, 31 de mayo de 2012

Este Jueves, Relato: En la quietud de la noche


Tres de la mañana en Retiro, sin pasaje hasta las seis. Trato de acomodarme en la silla de plástico duro. Frente a mi se instalan Papá y quichicientos hijos con bolsos, bolsitos, paquetes y paquetitos de formas y envolturas extrañas. Ese colorido e irregular equipaje – pienso – debe ser su casa entera empaquetada para ser trasladada a cuestas como un caracol humano. Quien sabe donde van, de donde vienen. Son de la especie “pasajeros en tránsito perpetuo” – pienso – de esos que uno encuentra en todas las estaciones del mundo. El mas pequeño llora sin parar. Su lamento infantil llena la estación casi desierta en la quietud de la noche. Su angustia húmeda y estridente acompaña la mía, seca y silenciosa. También me gustaría llorar, gritar y patear pero no puedo. Ser un niño tiene sus ventajas –pienso – al menos el puede desahogarse a gusto.
Papá se esfuerza en mil maniobras de consuelo sin resultado cuando de pronto en la semipenumbra se materializa Mamá. ¿De donde salió? Tal vez estaba dentro de algún paquete – pienso – es tan menuda que no sería raro. Mamá tiene el pelo negro hasta la cintura y unos pocos dulces en la mano que reparte alegrando las caritas de los que quedan despiertos.
 La alegría cabe en un caramelo – pienso. Amorosamente toma al gritón en sus brazos y lo acuna mientras le canta suavemente en una lengua que no comprendo. El arrullo de una madre siempre es mágico – pienso, mientras me aflojo un poco la corbata de la pena y me pesan los ojos ... .
La noche sigue su camino acunada como yo por ese canto que  acompaña la modorra de la madrugada. A las 5:30 las dos nos despedimos en silencio de Papá, Mamá y los quichicientos; la noche se va por fin a dormir y yo me voy por fin a casa.