miércoles, 9 de marzo de 2011

Este Jueves Un Relato: Ella


Yo era un ama de casa como tantas. Sin terminar el secundario me casé muy joven y me dediqué a mi familia – Jorge mi marido y mis hijos Carlos y Mónica –; no trabajaba ni me ocupaba de otra cosa que no fuera mi casa.
Aunque era una época de efervescencia política yo no participaba. Jamás me había interesado en el tema, vivía feliz en mi mundo de cacerolas y tejidos, dependiente en todo de Jorge que se encargaba hasta de pagar los impuestos.
Mis chicos empezaron a militar en el colegio, su compromiso y conciencia social fueron incrementándose conforme crecían. Trabajar por los demás los hacía felices.
Ambos desaparecieron con diferencia de horas y esto fué un mazazo en la cabeza para nosotros. A Jorge lo ganó la depresión, se pasaba días tirado en la cama mientras yo gritaba y le suplicaba que se pusiera en pie e hiciera algo. Pero el no podía, el cuerpo no le respondía.
Sin saber que hacer o por donde empezar vagué por comisarías, cuarteles y hospitales buscando algún dato, alguna pista de mis hijos. No sabía si estaban vivos o muertos. No sabía dónde ir, cómo moverme, ni a quién dirigirme, no entendía de abogados ni de habeas corpus. Mi cabeza era un torbellino, estaba desesperada, desorientada, aterrada.
Una tarde, después de mucho llenar papeles y caminar sin sentido de un lado a otro, la angustia acumulada durante meses explotó; me desplomé en un banco de Plaza de Mayo a llorar como nunca antes. Y entonces las vi. Eran unas veinte mujeres de mi edad, vestidas como yo – salvo por el detalle del pañuelo blanco en la cabeza – caminaban en silencio de a dos alrededor de la Pirámide.
“Quienes son?” – pregunté a un viejo que también se había detenido a observar. “Las Locas de Plaza de Mayo” – me respondió – “Se juntan aquí todos los jueves a pedir por sus hijos … caraduras! Se hubieran ocupado antes de saber en que cosa rara andaban esos hijos ... “ Pero yo ya no escuchaba. Cuando terminó la ronda me acerqué y les hablé. No sabía como explicarme, pero ellas comprendieron rápidamente. Me citaron para que las visitara al día siguiente en el lugar donde se reunían. No fui. Tenía mucho miedo. Volví el jueves siguiente a la Plaza y las contemplé de lejos, no podía acercarme pero tampoco podía irme. Y otro jueves, y otro ... . Pasaron dos meses. Un día encontré en el fondo de mi bolso el papel donde había anotado la dirección de estas mujeres. No sé como llegué alli, no lo recuerdo, estaba como en trance.
En ese lugar escuché muchas historias parecidas a la mía y encontré por fin gente con quien hablar de este tema que la mayoría evitaba. Me invitaron a unirme a las rondas en la Plaza.
“Yo no puedo, no tengo fuerzas, tengo miedo, no sé como enfrentar todo esto, yo lo único que quiero es morirme” – les dije. Una de ellas se acercó y me tendió un pañuelo blanco: “Tomá. Esto parece un pañuelo pero en realidad es una capa, una capa como la de Superman te acordás? tiene poderes. Con el en la cabeza ya no vas a sentir miedo, este pañuelo te dará toda la fuerza que necesites, probá ... vas a ver.”


Y así fue. Ellas Las Locas de Plaza de Mayo – como las llamaban en un principio – Las Madres de Plaza de Mayo, fueron uno de los puntos de quiebre fundamentales de ese período nefasto. Hubo otros, pero la entereza, la fuerza, la valentía de estas mujeres ya tienen un lugar en la historia. Armadas solo con el pañuelo blanco le hicieron frente a las botas y al horror. Ese pedazo de tela – que simbolizaba un pañal de los que se usaban en la época – las hermanó y les dio la fortaleza que nunca creyeron tener.
Hay millones de mujeres a destacar en todo el mundo, mujeres que dieron incluso su propia vida para que hoy estemos un poquito mejor. Yo elijo hoy a estas mujeres de mi país, porque su lucha me sigue conmoviendo y enorgulleciendo.
Otras mujeres en casa de Gustavo: