martes, 23 de junio de 2009

Las botas

Me encantan los zapatos. Si por mi fuera tendría cientos de pares de todos los colores y estilos, con taco mas alto, mas bajo, con plataforma o simplemente chatitas. Lástima que el bolsillo no me da mas que para comprarme uno o dos o pares por temporada (con suerte).
Creo que mi devoción por el calzado se remonta a mi infancia. Apenas empecé a caminar, notaron que tenía pie plano y el arco del pie izquierdo totalmente vencido. Destruía los zapatos, los dejaba inservibles en poco tiempo.
Por supuesto que me llevaron al médico que recomendó el uso de botas con una plantilla especial que tratara de mejorar el defecto; según este señor mi forma de caminar me traería problemas en la columna en un futuro. Mi madre siguió el consejo al pie de la letra; desde los tres años se terminaron para mi los zapatitos ballerina, las sandalias, los mocasines, las zapatillas … todo se redujo a las botas. Verano o invierno, a la escuela o en casa, a los cumpleaños o en vacaciones yo tenía que usar las malditas botas. Mientras todas mis amigas usaban zapatos a cual mas primorosos, con moñitos, con hebillas, de colores, de charol !!!, de lona, yo solamente usaba las botas.
No hubo protesta, ni llanto, ni pataleta, ni nada que convenciera a mi madre; el médico había dicho que tenía que usarlas y fin de la discusión.
Por supuesto que mi alma sensible de niña coqueta no soportaba este martirio. Vivía protestando y maldiciendo al destino por no haberme otorgado la gracia de unos pies “normales”. Las botas eran horribles, de color marrón, pesaban como una condena, tenían la puntera reforzada y una plantilla dentro que me aprisionaba el pie. Creo que las japonesas y su costumbre del “pie de loto” la pasaban infinitamente mejor que yo.
Además de lo incómodas que eran tenía que soportar, como era de suponer, las bromas, las preguntas y los comentarios crueles de los demás chicos. Y debo decir en mi favor que lo llevaba bastante estoicamente hasta el día en que me topé con Laurita.
Laurita, seis años, jamás había visto un calzado como el mío y estaba muy impresionada; seguramente pensaba que yo era extraterrestre o una especie de fenómeno de circo con botas. Me miraba, me miraba, me miraba todo el tiempo los pies. No me caía nada bien, para que negarlo, esa mirona usaba unos zapatitos hermosos con pulserita en el tobillo y cuchicheaba con su amiga cada vez que yo pasaba cerca. Hasta que un día fatal jugando a no se que en el recreo, nos chocamos y la pisé. Me encaró hecha un furia al grito de “me pisaste! me pisaste con esos zapatos de pie deforme!”
Pie deforme? Pie deforme me dijo??? Horror! Se me nubló todo, el paisaje se tiñó de rojo, tomé impulso y le pegué tremenda patada en la pierna que no sé como no la quebré. “Yo no tengo pie deforme! tengo pie plano pelotudaaaaaa!” Es lo último que recuerdo.

Epílogo: El moretón en la pierna a la altura del tobillo le duró mas de un mes; mi madre tuvo que ir a la escuela a hablar con la maestra que no salía de su asombro porque yo no era habitualmente agresiva. Estuve castigada no sé cuanto tiempo. Y por supuesto que seguí usando botas con plantilla, hasta los ocho mas o menos.
Lo bueno fue que a partir de ahí nunca más me volvieron a molestar, ni una mirada, ni un comentario fuera de lugar; yo y mi calzado imponíamos respeto. Nadie quiso volver a arriesgarse.

El domingo encontré la foto y recordé la historia. Me dio mucha ternura volver a ver las odiadas botas y a mi misma intentando llevarlas dignamente … .
Hola Any, no te quedaban tan mal che.