domingo, 2 de mayo de 2010

Frikihábitos: Vino Triste


Cuenta la leyenda que el político inglés George Alfred Brown, de destacada labor en el Ministerio de Asuntos Exteriores Británico, era afecto a la bebida, muy afecto, afectérrimo. Durante una de sus visitas a Sudamérica, en una recepción oficial y correspondiéndole abrir el baile, Don George que estaba en un estado etílico interesante, se apersonó al centro del salón y dijo: “Hermosa dama de vestido escarlata, me haría ud. el honor de bailar conmigo?”
Una voz grave le respondió: “De ninguna manera. Primero porque usted está borracho. Segundo porque esto no es un vals sino el himno nacional peruano. Y tercero, porque no soy una señorita sino el arzobispo de Lima”

Y es que tomar en cantidad no es para cualquiera, o por lo menos no todos tienen la resistencia que les permita seguir actuando normalmente después de la tercera copa.
Hay muchas clases de borracho, está el que grita, se enoja y se quiere agarrar a trompadas hasta con su propia sombra porque insiste en que el “está perfecto”; está el borracho cariñoso que después de unas copas ama a todo el mundo y anda abrazando, besando (y lo que pinte) a todo el que se cruza en su tambaleante camino; está el borracho dancer que monopoliza la pista creyéndose John Travolta, baila, pisa gente y termina tropezando y rompiéndose los dientes para regocijo y horror de la concurrencia; está la versión singer que se da mucho en los karaokes, el tipo agarra el micrófono por su cuenta y aúlla hasta que alguien se cansa y le tira con algo; está el borracho desagradable que se descompone, vomita, le baja o le sube la presión y termina en la guardia de un hospital; está el borracho streaper que le da por sacarse la ropa al estilo Full Monty “I believe in miracles …!”. En fin, hay una variedad interesante.
Pero sin dudas el peor de todos es el borracho atacado por el síndrome del “vino triste”; cualquier palabra desencadena su reacción lacrimógena, tanto puede llorar porque se siente un fracasado o porque se le murió la tortuga cuando tenía 12 años. Acosa a conocidos y desconocidos con una lista interminable de desgracias, problemas, calamidades, desdichas y desventuras. Y yo tengo tanta mala suerte que justo me le voy a sentar al lado! El Universo está en mi contra evidentemente. Si los dioses querían probar mi capacidad de empatía, solidaridad, comprensión y sensibilidad, pues bien, quedó comprobado que soy una perra malvada. Un tipo que se toma todo el vino de la mesa y aledaños, me cuenta con lujo de detalles su calvario conyugal y llora a los postres porque su mujer lo dejó – mientras toda la mesa me mira como si yo fuera la culpable de su llanto desconsolado - no es ni cerca mi ideal de compañía ni en un asado, ni en ningún lado.
La próxima me siento al lado de la nona Lelia (abuela de mis amigos de 97 jóvenes años) que incluso escuchará gustosa mi propia lista de quejas y pesares porque para comer se saca el aparato del oído a fin de que nada la interrumpa.
Grande Leli !!!